Suerte + talento

Madrid, 28/05/2008. Auditorio Nacional. Sala de Cámara. Ana María Valderrama, violín. Vadim Gladkov, piano. Schubert, Sonata op 162. Ysaÿe, Sexta sonata para violín sólo. Brahms, Sonata para violín y piano no 3. Ravel, Tzigane. Ciclo ‘La Generación Ascendente’ de la Escuela Superior de Música Reina Sofía. Aforo: 80% Ana María Valderrama tuvo mucha suerte: empezó sus estudios a temprana edad y lo hizo bajo la tutela de excelentes profesores, cosa bastante excepcional en España. Sumando esta circunstancia a su innato talento, hoy -cuando tiene 23 años- es seguramente una de las mejores violinistas femeninas de España, lo que atestiguan los éxitos que ya ha cosechado y los concursos que ha ganado. Y así consiguió seguir perfeccionándose bajo la experta guía del que hoy es seguramente el mejor profesor de violín del mundo, el maestro Zakhar Bron. Ahora tuvimos una muestra de lo que es capaz semejante trayectoria y, de verdad, gozamos de un concierto espléndido, de enorme calidad y belleza.

Schubert escribió relativamente poco para violín y piano: Las tres Sonatinas del año 1816 y esta Sonata op 162 compuesta en 1817, cuando tenía 20 años, que denominó “Dúo”, con lo cual quiso enfatizar que ambos instrumentos tenían igual relevancia. Esta obra se toca relativamente poco en los conciertos, porque es muy exigente para sus intérpretes, tanto en lo musical como en lo técnico. El ‘Allegro moderato’ inicial se ajusta a la forma sonata, pero ya se vislumbran excursiones altamente virtuosas que, en el caso del violín, son a veces bastante incómodas de tocar. Existen comentarios acerca de la manera como Schubert encaraba las partes escritas para los primeros violines: su actitud era ‘que se las arreglen’. Esto se nota en este Dúo, y también en el Octeto. Hay pasajes que plantean auténticos problemas de ejecución. En este dúo, hay momentos en el 2o y 4o movimiento que demuestran lo dicho.

La versión que escuchamos fue excelente. En el primer movimiento el piano tapaba a veces al violín, pero por la manera en que está escrito resulta casi imposible evitarlo. El ‘Scherzo’ tuvo la vitalidad necesaria, y hubo un momento de auténtica magia en el ‘Trío’: ¡bellísimo! El ’Andantino’ fue tocado con la sencillez y candidez que requiere, y el ‘Allegro vivace’ final con mucha brillantez. Los escollos técnicos fueron superados por la Srta. Valderrama como si nada, y el pianista no se quedó atrás. ¡Formidable!

Que técnicamente está a la altura de las mayores exigencias lo demostró la joven violinista con una apabullante versión de la Sexta sonata para violín sólo de Ysaÿe. Plagada de dificultades, como rápidas escalas cromáticas de terceras o de octavas, y dobles, triples y cuádruples cuerdas casi siempre, no solamente pudo con estos escollos sino fraseó con elegancia los diferentes episodios de esta pieza. Pese a las enormes dificultades técnicas, la calidad de sonido fue siempre excelente y la afinación un prodigio de justeza. ¡Una auténtica proeza!

En la segunda parte escuchamos la tercera y última Sonata para violín y piano que escribiera Brahms, ya en su madurez, en 1886/8. También esta sonata tiene cuatro movimientos. Del ‘Allegro’ inicial me gustó mucho como la violinista supo dar vida al acento sobre la última nota ligada de varios compases del tema, cosa que solamente se logra con una esmerada técnica de arco. El bellísimo ‘Adagio’ fue cantado con honda emoción, y el pasaje de dobles cuerdas nos deparó un momento de magia sonora. Y las cosas fueron aún a más: tanto el ‘Un poco presto e con sentimento’ como el ‘Presto agitato’ final recibieron un tratamiento superlativo. Creo, por lo que oí, que Brahms le es muy caro a la Srta. Valderrama, quien sabe volcar todo su ser a dar vida a su música. Lo que logra de esta forma corresponde a un muy alto nivel musical, que puede dejarse oír ante los auditorios más exigentes. Vadim Gladkov la secundó con gran pericia y musicalidad.

Y para coronar todo lo oído, la Srta. Valderrama asumió el carácter agitanado de una violinista popular, ofreciéndonos una fabulosa versión de la Tzigane de Ravel. Tocó la pieza con cuerpo y alma para sacarle los últimos recovecos de libertad de expresión que esta magnífica música no solo permite, sino invita ejercer. Ambos músicos llevaron esta pieza a su brillante y explosivo final con enorme energía. “¡Bravi!”.

¡Vaya recital de violín y piano! Pocas veces he salido tan satisfecho, contagiado por el entusiasmo juvenil de esta violinista talentosa. Así también lo comprendió el público, que exigió y logró una propina: música española, una canción sencilla de Manuel de Falla, preciosamente presentada. Un digno fin a un excelente concierto.

Mayo 2008

Juan Krakenberger