El triunfo de lo colectivo

La violinista española Ana María Valderrama y el director Pablo González, en la temporada del Auditorio Nacional de España con obras de Mahler, Wieniawski y Núñez Hierro 

Ana María Valderrama con la OCNE

 

  En sus habituales triadas de conciertos en viernes-sábado-domingo (nosotros preferimos, sin duda, el viernes día de la premiere, donde la adrenalina es más efusiva y se puede apreciar en ella la realidad de la preparación, y si el trabajo de los ensayos ha sido el adecuado o se han quedado cortos), nos convoca la Orquesta Nacional de España a asistir a un estreno (encargo de la OCNE), Unvollendete Wege (Caminos inconclusos) de la compositora jerezana, formada en Alemania, Nuria Núñez Hierro (recientemente ganadora del Premio Reina Sofía de Composición Musical 2021); a un debut, el de la joven violinista de consolidada carrera Ana María Valderrama (desde que ganara el Concurso Internacional de Violín Pablo Sarasate en 2011), así como a presenciar el trabajo del director Pablo González al frente de la Nacional, con esos cruces entre directores españoles y distintas orquestas, que tanto nos gusta admirar. Ójala se produjeran con más frecuencia. 

   El nexo de unión entre las tres obras programadas -la ya citada, el Concierto para violín n.º 2 en re menor, op. 22, del polaco Wieniawski y la Sinfonía n.º 1 en re mayor «Titán», de Mahler- podría estar tanto en las itinerancias vitales, individuales o colectivas, como en el análisis de la dicotomía entre «lo individual» y «lo colectivo», para hacernos reflexionar sobre hacia dónde caminamos, por quién nos dejamos guiar, o -la realidad de la guerra nos lo está demostrando actualmente- que basta una sola persona con poder para desbaratar todo lo que hemos ido construyendo de forma colectiva y que, por ende, nos lleguemos a sentir perdidos. 

 

   Afortunadamente, las tres obras apuntan a animarnos a salvaguardar esa esperanza que nunca debemos perder y a trabajar por el bien común. Fue un placer emocionante comprobar que la OCNE volvió a recuperar su plantilla completa sobre el escenario -sin pantallas de metacrilato-, rindiendo un homenaje a las víctimas de la Guerra de Ucrania interpretando, al inicio -se hará en todas las citas de este fin de semana-, la muy apropiada Aria de la Suite orquestal núm. 3 en re mayor, BWV 1068 de Johann Sebastian Bach. QUE LA ARMONIA REINE ENTRE LAS NACIONES, rezaban los letreros de la sala mientras se interpretaba esta pieza.

 

Durante el siglo XIX, el virtuosismo, con legítimos sucesores de Paganini -en su calidad de virtuosos y, a la vez, compositores-, como lo fue el polaco Henryk Wieniawski, que fue niño prodigio con ocho años y fuera después estrecho colaborador del gran Arthur Rubinstein y coetáneo y amigo de Pablo Sarasate (al que dedicó esta obra), fue uno de los pocos virtuosos cuyo arte compositivo compitió de poder a poder con su deslumbrante técnica. Es el Concierto para violín n.º 2 en re menor, op. 22 una muestra absoluta de ello, de equilibradas melodías que el violín negocia con las distintas secciones de la orquesta, donde virtuosismo y magia interpretativa han de darse la mano, como así hizo en su versión la asombrosa, poderosa y encandiladora solista Ana María Valderrama. La artista próximamente grabará dos discos: uno con el Concierto de Yuste, de Eduardo Grau, para el sello Naxos; y otro con música en torno a Federico García Lorca, con el pianista francés David Kadouch.

   Pero además de escucharla hay que verla, con esas danzas pivotantes de tronco y brazos, en torno al instrumento, donde vimos desgastar literalmente el arco -observamos que tuvo que retirar hilachas del mismo durante la ejecución-, en un apasionamiento que además supo relativizar perfectamente para diferenciar las partes de Allegro moderato y Romance, dotando al sonido de su instrumento de excelente ampulosidad, elegancia y volumen, así como administró muy adecuadamente los cantábile de violín solista de muchos quilates. 

   Y en el final, marcado como Allegro moderato, à la Zingara, echó el resto con su preciso virtuosismo a la zíngara en todo lo alto. Destacamos de su lectura el rico lirismo, lleno de colores, y su capacidad para comunicar con el público y transmitirle la misma pasión que ella misma estuvo experimentando en cada momento. De igual forma, supo entenderse a la perfección con el maestro González que la llevó en volandas con una química entre ambos que dio un fantástico resultado para éste su debut, siendo muy aplaudida y braveada por el público. Por ello, no pudo por menos que conceder una preciosa y difícil propina -Let’s be happy, del argentino Giora Feidman (Argentina, 1936)-, pieza de esencia judío-húngara, con un conjunto improvisado con miembros de la orquesta.

Óscar del Saz, Codalario, marzo 2022

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