Recuerdos gloriosos
Intérpretes: Orquesta Sinfónica de Navarra. Orfeón Pamplonés (director Igor Ijurra). Ana María Valderrama, violín. Miriam Zubieta, soprano. Isaac Galán, barítono. Dirección: Jordi Bernácer. Programa: Concierto para violín y orquesta de Mendelssohn y Réquiem de Fauré. Programación: ciclo de la Sinfónica de Navarra. Lugar y fecha: Sala principal del Baluarte. 11 de octubre de 2012. Público: el habitual del abono, casi lleno.
SIN duda fue una noche de recuerdos de días pasados de gloria; más para los solistas que intervenían en la velada. Sobre todo para la violinista Ana María Valderrama, que nos dio la inmensa alegría de subir al podio del Premio Sarasate del pasado año un violín patrio. Valderrama gustó, recuerdo, por su fuerza expresiva y madurez. Hoy, sin duda, en este concierto, revalida esas virtudes, y saca a relucir otras, como, por ejemplo, el dominio técnico que se traduce en una enorme seguridad en el escenario, y la belleza de sonido que, durante toda la interpretación, impregnó al concierto para violín de Mendelssohn. Quizás, eso sí, un sonido un poco corto de volumen, por lo que la orquesta debiera haberse esmerado algo más en el acompañamiento. La versión planteada por el director y la intérprete fue más bien ágil, de sobria realización por parte de la violinista, como debe ser, y prevaleciendo la riqueza y dulzura de los temas por encima de un exhibicionista virtuosismo. No obstante algo más de tranquilidad en algunos pasajes, y, sobre todo en el andante, hubieran pronunciado aún más su hermosura. La violinista, en atención a los aplausos de público, dio una soberbia propina: el primer movimiento de la segunda sonata de Eugéne Ysaye, que comienza con una cita de Bach, introduce la famosa antífona gregoriana del Dies Irae, y exige del intérprete una visión muy completa del complejo y diverso mundo sonoro del compositor, en tan pocos compases. Valderrama la bordó.
Miriam Zubieta e Isaac Galán también recordarán el concurso Gayarre de 2010, en el que, aunque no se repartieron todos los premios principales, ellos no se fueron de vacío. Miriam Zubieta fue convincente y cantó su parte del Réquiem de Fauré -el Pie Jesu- con extremada dulzura, excelente fraseo y una intención de matiz plenamente religioso, que es lo que más se le pide a su parte. Isaac Galván, a mi juicio, estuvo más acertado en el Libera me, por el carácter del texto, sin duda más apropiado a su forma de cantar y a su voz, que en el Hostias et preces, un tanto alejado del matiz religioso.
El Orfeón no mejoró -era difícil- la versión dada una semana atrás con la Orquesta de Euskadi del comedido, íntimo y susurrante Réquiem de Fauré. Jordi Bernácer, con hacer un planteamiento sosegado y tranquilo, no retuvo a la orquesta -en muchos tramos- en el mismo plano sonoro que al coro, al que la partitura encierra en una expectante y delicada media voz casi todo el tiempo. Aun así, el coro lució un maravilloso sonido tenido y flotante en el ofertorio, en un balance perfecto de tenores y altos. Las sopranos sirvieron un delicioso amén, en esa misma parte, aunque en la difícil intervención del famoso In paradisum el vuelo se quedara un poco corto. Hay que tener en cuenta que el compositor les pide que coloquen la voz ya en el otro mundo, y, en este caso, alguien quería quedarse en la tierra. Y, en general, todo el coro respondió a lo planteado por la batuta, incluidos algunos reguladores al fuerte, que en esta versión, eran más extremos y contrastados.
Martes, 16 de Octubre de 2012
Teobaldos